martes, 15 de abril de 2008

Que sea un viaje...

Viaje: desplazarse de un lugar a otro. Esa es la definición que da el diccionario, pero, a mi modo de verlo, olvida varias cuestiones acerca del viaje o simplemente las omite. No dice que se viaja por algún objetivo, ni como se vive esa experiencia. No menciona ni el turismo, ni el descubrimiento, ni la cotidianidad. No habla de comodidades o incomodidades, de placer o fastidio. Parecería que entre quienes viajan no hay diferencias, que el viaje no está condicionado. Que la gente no piensa ni siente durante el viaje. Que ningún factor externo a este desplazamiento es relevante. Yo afirmo que es todo lo contrario.
Tanto el motivo del viaje como las comodidades del mismo marca como se lo vive, cuanto tiempo dura. Reforzando esta idea Martín Caparrós dijo en Larga Distancia: “ Soportar el tiempo del viaje. Hay un primer momento, gozoso, en que se logra romper la continuidad inconmovible: viajando de Hong Kong a Londres, mi diez de noviembre de 1991 tuvo treinta y dos horas, y otras veces he tenido días de quince o de veintinueve. EL tiempo, entonces, se estira suavemente o se contrae, pierde esa majestad de mármol que es su bien más monstruoso: se hace muy ligeramente falible ”.
Entonces si en su viaje de Hong Kong a Londres el día tuvo treinta y dos horas me pregunto ¿Cuánto dura verdaderamente un viaje en el trasporte público argentino?. ¿ Cuánto se tarda realmente en llegar de Once a Moreno?. ¿ Tendrá relación con esta flexibilidad del tiempo que la gente se agote solo por el hecho de viajar?
Con estos interrogantes me subí ayer al tren. Vi que la mayoría de la gente dormía, mientras que otros comían o jugaban con sus celulares. Solo una nena, de aproximadamente cinco años, miraba con asombro por la ventanilla.
A medida que pasaban las estaciones se convertía en un osadía encontrar un asiento. Me llamó la atención la actitud de quienes viajaban parados. Dirigían la mirada al suelo, parecían resignados, acostumbrados. No miraban al suelo con bronca por haber tomado un tren lleno, repleto, sino que parecía que sabían de antemano que viajarían en esas condiciones y por eso no traían consigo la esperanza de viajar cómodos. Me pregunté ¿ Cómo se hace para sacarle, a los usuarios de ese transporte, lo mínimo que deben esperar que se les ofrezca?. Fue nuevamente Martín Caparrós quien me respondió diciendo en Larga Distancia : “ Viajar para contarlo: el temor de que ya no pueda viajar sin la excusa de un relato futuro. Ese relato como amenaza que obliga una intensidad en la mirada, que me obliga a mirar lo que no miraría. Y la sospecha de que cualquier viaje sin esa amenaza sería un levedad insoportable. Que no tendría sentido”
¿ No será eso lo que se le ha quitado, de manera casi invisible, a la gente?. ¿ Será que por viajar a diario que ya no se toma como viaje y por eso no se intensifica la mirada? ¿ No se mira lo que no es extraordinario? ¿No se cuenta lo que se vive en ese viaje?
Si las respuestas son afirmativas ¿ No es lo mismo que decir que quienes usan el transporte público no miran ni hablan porque están resignados a que no cambie? ¿ Se ha pasado de viajar a desplazarse de un lugar a otro?
No lo creo, no lo quiero creer, porque de creerlo significaría que en un par de años terminaría creyendo lo mismo. No quiero resignarme, quiero seguir viajando, mirando y comunicándome.

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